Detectar a una persona manipuladora es una de las situaciones más complejas a las que nos enfrentamos en la vida. Esa persona lleva toda su vida ensayando. Y se encarga de estrenarte.
Si bien sucede tanto a hombres como a mujeres, escribo sobre la experiencia femenina, por la fecha de hoy, y porque lo que he visto y vivido es a través de mi corazón de mujer.
Cuando un manipulador se acerca a ti, ya tiene su plan trazado. Ya vio las señales que necesitaba para identificarte como su víctima.
Van penetrando en tu ser, en tu mente, en tu corazón, de forma sigilosa. Son encantadores y seductores. Su plan es tomar control de ti.
Si a medio camino te das cuenta y se lo reclamas, se va a escandalizar y te va a hacer sentir culpable. Eres una mal pensada que viste en su inocente y buen actuar acciones malintencionadas que solamente están en tu cabeza. Eso puede hacerte reaccionar de dos formas: o salir huyendo o bajar la guardia, lo cual le facilita su camino. Generalmente pasa lo segundo.
Cuando lo compartes con los demás, obviamente no te creen, porque un manipulador es encantador como estrategia. Nadie puede pensar que es este lobo disfrazado de oveja.
Si bien existen en todas partes, por lo general buscan colocarse en posiciones donde encuentran concentraciones de víctimas potenciales. Los sacerdotes y los maestros son el mejor ejemplo de ello. Pero obvio están los de posiciones de poder en el trabajo y los mismos compañeros.
Y también existen los que atrapan a su víctima para mantenerla secuestrada por el resto de su vida: se casan con ella. La eligen tras un análisis muy estudiado porque buscan genes de calidad para procrear a sus hijos. Tienen buen ojo. El control es absoluto porque a la víctima ya la tienen acorralada emocionalmente, y vive en terror tratando de complacerlo.
Los hijos ya están en proceso desde alienación desde que nacieron. Si ella se logra zafar, los hijos le dan la espalda y pueden pasar décadas sin que se den cuenta. Y él se hace la víctima ante ellos. Le funciona bien: “me dejó y los abandonó a ustedes”.
Si ella se queda, no sólo es maltratada por la pareja, sino que los hijos están incentivados a hacerlo también, como parte de la alienación.
Claro que hay casos extremos en los que llega a haber decesos, pero esto es lo común y poca gente a su alrededor se da cuenta. Ella no habla y cuando lo hace, o no le creen o le reclaman que por qué hasta ahora.
Nadie entiende que -como mujer- te mueres de vergüenza contigo misma. Que no das crédito que has sido capaz de permitir que las cosas se salieran de control. Y te haces sumisa en una especie de castigo. Es muy complejo y prácticamente inexplicable.
Como víctimas, debemos hablar. Debemos compartir aunque nadie nos crea “ay, sí, ¿después de tanto tiempo? ¡tienes delirio de persecución!”(porque además encuentra la forma de joderte el resto de tu vida). Debemos hablar para desahogarnos. Hablar para tener eco. Hablar para que alguien más nos ayude a detectar las señales. Hablar para denunciar. Hablar para salir viva del proceso.
Y no aventar la toalla a la mitad del camino. Hay obstáculos en el trayecto. Los hombres, entre ellos, se protegen y se encubren.
Platícalo, compártelo, tuitéalo, grítalo. Alguien te va a creer, te va a escuchar y te va a apoyar. #Habla
Escrito el sábado 7 de marzo, porque hoy estoy, solidariamente, de brazos caídos.
CRÉDITOS (te recomiendo seguirlos, amable lector que has leído hasta el final):
1. Gracias a Erika, por tu inspiración en tu página Facebook “Luchando por la convivencia con mis hijos”.
2. Gracias a @chachachato en Twitter y en Instagram por tu inspirador arte, pero -sobre todo- por creer en nosotras y cuidarnos.