Otra de influencers: la ignorancia y la soberbia

¿Cómo que los likes no me hacen omnipotente?

Amanecimos el miércoles (si, me duermo muy temprano), con la noticia de que había sido detenida y puesta en prisión preventiva Yoseline Hoffman, mejor conocida como YosStop.

Todo un vergonzoso asunto que incluye violación, abuso y pornografía infantil, más lo que se acumule en los próximos días. Una serie de actos que la mayoría de las personas no se atreverían a hacer por distintas razones entre las que prevalecería una muy sencilla: la gente normal no hace ese tipo de aberraciones, no es tan miserable. Por lo menos, la gran mayoría, no hubiera permitido que las cosas llegaron hasta el punto donde lo hicieron.

Es por ello que tengo una enorme duda: ¿es esta persona tan ignorante de las leyes y las responsabilidades sociales, que jamás pensó que lo que estaba haciendo estaba mal? O, por lo contrario, ¿tenía la seguridad que las consecuencias de sus acciones jamás la alcanzarían por ser quien es?

Estamos hablando de una persona que, o es muy ignorante, o de plano muy soberbia. El simple hecho de salir a decir que se encuentra en posesión de un video de esas características es toda una confesión. Al mismo nivel de decir “he robado” o “he matado”.

Pero lo peor es que está más que claro que Hoffman no tenía la más mínima idea de que estas acciones, el tomar un video de la violación de una menor de edad y tenerlo en su celular, son un delito. Su soberbia le impidió vislumbrar las implicaciones legales y morales de sus actos.

Escribía hace poco de los influencers comprados por el partido verde durante las pasadas elecciones y creo que podríamos encontrar un común denominador en ambos casos: la ignorancia.

Al parecer la gran mayoría de estos influencers son unos auténticos ignorantes de las leyes (o de las reglas del sentido común), por lo que no se lo piensan dos veces antes de cometer un delito. Hacen un completo alarde de desconocimiento y, además, incurren en una soberbia falta de visión: no se detienen un segundo a considerar si lo que están por hacer es correcto o legal. 

Son personas obtusas que carecen de forma absoluta del más sencillo sentido común. Sin embargo, si no fue por desconocimiento, el asunto es mucho peor.

Sinceramente prefiero apostarle a la ignorancia que a la mala fe; no quiero pensar que estos individuos sienten que pertenecen a una casta divina que está sobre las leyes y sobre lo que es decente a cualquier otra persona; que sus seguidores y sus “likes” los hacen inmunes y les dan fuero. Que un “no sabía” o que un “usted disculpe” los puede librar de cualquier consecuencia de sus actos.

Claro que tampoco me extrañaría en nada. Tengamos en cuenta que en este pobre país existen miles que se piensan ajenos y superiores a las reglas que nos imponemos los demás.

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Insisto, es momento de dejar de confiar nuestra imagen a los influencers.

Molestar al poder

Estoy tratando de recordar si alguna vez un presidente de nuestro país haya salido en la televisión en vivo para denostar, contradecir y criticar a periodistas o medios de comunicación.

Digo esto porque, mientras escribo, el presidente de la república está en medio de la nueva sección de su programa mañanero en el que una mujer, más nerviosa que un murciélago en un mercado chino, está analizando las supuestas “fake news” de los medios de comunicación que no le agradan al ejecutivo.

Entiendo que uno de los principales objetivos de la dichosa mañanera es la de hacerse del control de la agenda nacional e imponer, día con día, el tema de discusión. Esta meta se había logrado de alguna manera durante los dos primeros años de la administración de Andrés Manuel López Obrador. El problema es que ahora el modelo ya se ha desgastado de forma brutal por lo que se han visto obligados a aplicar este tipo de maniobras que se ven desesperadas.

Uno de los principales axiomas del poder es que el presidente NUNCA se enoja (sí, con mayúsculas). Por su propia imagen e investidura, es fundamental mantener un aspecto de tranquilidad para que las críticas no se transformen en las protagonistas de la narrativa.

Para pleitearse con periodistas y medios los gobernantes tienen a sus jefes de prensa y todo un gabinete. Ellos son los que se enojan, los que salen a rebatir y a responder los cuestionamientos y, sobre todo, para funcionar como “fusibles” que, al quemarse, puedan ser repuestos con un mínimo de daño a la estructura principal.

Es por ello que no entiendo la nueva estrategia presidencial de salir por las mañanas a realizar un análisis de contenido de los medios de comunicación que cometen el atrevimiento de criticar al gobierno.

Dicen por ahí que los verdaderos columnistas o cartonistas no buscan agradar al poder, si no, incomodarlo, sacarlo de su zona de confort. La labor periodística de crítica consiste en transformarse en un verdadero dolor en el trasero que haga moverse a quien lo detenta. ¿Hay mejor manera de demostrar lo que le duele al gobernante que salir a señalar con dedo flamígero a los opinadores?

Además de ser una franca intimidación, esta forma de rebatir las notas que no le gustan es un ejercicio autoritario, vergonzoso, antidemocrático, delirante, censor y abusivo pero que en última instancia es una forma de aceptar, de darle la razón, al periodista o al medio.

Por ahí alguien publicó la frase “misión cumplida”, cosa que no puede ser más cierta. Cada vez que el presidente salga a señalar a un comunicador o a un medio, sabremos exactamente qué es lo que le duele y eso, podría ser muy esclarecedor.

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