Hablar de inteligencia artificial (IA) en el campo de las relaciones públicas no es novedad. En los últimos años, la conversación se ha centrado en la eficiencia, el análisis predictivo, la automatización de tareas y la personalización de mensajes. Sin embargo, reducir la relación entre IA y relaciones públicas a una cuestión meramente técnica es un error que debemos corregir. La verdadera revolución está en cómo integramos esta tecnología con ética, humanidad, transparencia y responsabilidad para fortalecer el vínculo entre las organizaciones y sus públicos.
Más allá del algoritmo: la dimensión ética
Las relaciones públicas tienen como esencia la construcción de confianza, y esta no puede lograrse sin un fundamento ético claro. Cuando usamos IA para generar mensajes, tomar decisiones o gestionar crisis, debemos preguntarnos: ¿quién programó el algoritmo?, ¿con qué valores?, ¿qué sesgos contiene?, ¿cómo garantizamos que los públicos estén informados de que están interactuando con una máquina?
Los profesionales de relaciones públicas no podemos delegar estas decisiones sin cuestionarlas. Necesitamos participar activamente en la definición de los parámetros éticos con los que se desarrollan y utilizan estas herramientas. La IA puede amplificar o corregir desigualdades, dependiendo de cómo la programemos y supervisemos.
Simpatía artificial vs. empatía humana
Una IA puede simular cortesía, diseñar respuestas empáticas o identificar emociones en textos o audios. Pero la simpatía no es empatía. La primera puede programarse, la segunda requiere conexión emocional auténtica. Si perdemos de vista esta distinción, corremos el riesgo de deshumanizar la comunicación institucional.
En momentos de crisis, por ejemplo, las audiencias no buscan un chatbot amable: necesitan la voz humana que asuma responsabilidades, transmita emociones reales y se comprometa con acciones concretas. La IA puede apoyar, pero nunca sustituir la sensibilidad del vocero ni el juicio ético del equipo de comunicación.

Transparencia y responsabilidad: pilares del nuevo contrato social
Los públicos ya no son receptores pasivos. Preguntan, cuestionan y exigen claridad sobre cómo las marcas gestionan sus datos, cómo toman decisiones automatizadas y quién responde cuando hay errores. Por eso, una buena práctica en relaciones públicas es comunicar, de forma clara, cuándo se está utilizando inteligencia artificial, qué rol cumple y cómo se protege la privacidad y la dignidad de las personas.
Además, debemos construir mecanismos de rendición de cuentas. No basta con decir “fue un error del sistema”. Las relaciones públicas deben garantizar que hay personas detrás de la tecnología, listas para asumir responsabilidades y corregir el rumbo si es necesario.
Equidad en la automatización: el acceso y la inclusión como desafío
Uno de los peligros más invisibles de la IA es su potencial para reforzar desigualdades. Si los algoritmos se entrenan con datos sesgados o si las soluciones solo están al alcance de grandes corporativos, estaremos dejando fuera a muchas voces. Las relaciones públicas tienen aquí un rol esencial: promover el acceso equitativo a la tecnología, impulsar narrativas inclusivas y asegurar que las herramientas digitales no excluyan a minorías o grupos históricamente marginados.
IA al servicio del propósito
No se trata de adoptar inteligencia artificial por moda o presión competitiva. Se trata de utilizarla estratégicamente para cumplir con los objetivos fundamentales de las relaciones públicas: generar confianza, fortalecer la reputación, construir vínculos sostenibles y fomentar una comunicación genuina entre organizaciones y personas.
Para lograrlo, necesitamos profesionales con criterio, sensibilidad social y visión ética. La IA no va a reemplazarnos, pero sí nos obliga a repensar nuestro rol, asumir una postura activa en su diseño y aplicación, y defender el valor humano de nuestra profesión.
Felipe Reyes Barragan
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Protocolo ceremonial y etiqueta









