Hace algunas décadas surgió en México un señor que se autoproclamaba como el creador y promotor oficial de la “cultura de la excelencia”, argumento con el cual fundó el “colegio de líderes” y vendió más de 40 libros, todos bestsellers hasta donde sabemos.
Se hizo famoso y sustancialmente acaudalado a costa de la ignorancia y de la carencia emocional de muchas personas. Viajó por todos los países que quiso con el pretexto de difundir su causa, pero a mí se me hace que más bien se iba a pasear con sus multimillonarias “ganancias” de un negocio legalmente ilícito, pues tenía permiso tácito del mundo para vivir del engaño y la manipulación, y hasta era admirado por ello.
Su nombre era Miguel Ángel Cornejo, un tipo que murió a los 69 años, hace no mucho (en 2015), que dejó un legado de mentiras y de técnicas que muchos han querido retomar para darle continuación a su “plausible labor”, pero que en realidad son parlanchines oportunistas que buscan hacerse de dinero fácil gracias a su hábil verborrea. Parásitos, que les dicen.
Estos tipos abundan en todos los tiempos y en todos los niveles. Y a veces los señalamos por transas, por explotar la carencia de valores y vidas llenas de despropósitos… personas desorientadas que desesperadamente buscan que alguien los tome de la mano y los lleve al éxito con frases prefabricadas, y filosofías baratas y gastadas.
Pero en realidad este tipo de personas emerge por su feroz astucia y su habilidad verbal, y basan su propuesta mercadológica en la detección de nichos que ellos saben que pueden manipular a su antojo. Son engañabobos.
Muchos de los que saben (sabemos) cómo funciona ese negocio de aire y de rancias promesas de éxito los juzgamos y demonizamos, pero en realidad el fenómeno tiene su trasfondo: los engañabobos no existen si no hay bobos. No es a la inversa.
O como dirían en mi rancho, la culpa es del compadre que le bautiza la criatura al indio (sí, ya sé, otro popular y folclórico dicharacho que tendrá que pasar a la historia por ser políticamente incorrecto). Pero regreso al tema.
Hasta la semana pasada yo no sabía de la existencia de un vulgar merolico que retoma esas técnicas, las pimpea, y se lanza en modo cornejo-reloaded como la salvación de individuos anodinos que viven en un pantano de intrascendencia que los ahoga y del que quisieran salir, pero no saben el camino.
Y ahí te van todos a pagar miles de pesos para que este irreverente mono les miente la madre en su cara y se burle de su mediocridad a grito pelado, vanagloriándose de ser fuertemente ofensivo sin ningún recato, porque “se lo merecen”, y quizá asistiendo a alguno de sus simposios se hagan de una frase o dos que convierten en su credo para dejar de ser parte de la masa de insignificantes.
Supe de él porque de repente se convirtió en tendencia tuitera. Me dio vergüenza. Sentí mucha pena por todas esas personas que fincan sus esperanzas en este tipo de parásitos que, lejos de sacarlos de su desgracia, los usan como escalón y los pisan para subir en lugar de darles la mano.
El señor Cornejo era médico (por lo menos) y tenía una presencia pulcra y correcta, y quizá físicamente te inspiraba a seguir su ejemplo. Su sucesor siglo 21 se llama a sí mismo “gurú” y tiene una facha como de payaso de circo de barrio.
Pero él no tiene la culpa. Él está aprovechando la oportunidad de ocupar una posición, como muchas que abundan, de una carencia aplastante mundial de líderes de confiables, y de millones de personas que no tienen ni idea de para qué sirve su vida y que pagan por este tipo de motivaciones porque es más fácil dejarse llevar que tomar la iniciativa y actuar.
Claro que ya sabes que hablo de carlos muñoz (así, con minúsculas) que se hizo TT por un resbalón del que seguro se va a reponer. Su tropiezo consistió en tratar de insultar a un mesero por su oficio y por estar en su evento como proveedor de sus servicios y no poder estar presente con asistencia pagada. El mesero, en tres palabras, lo puso en su lugar, donde debería permanecer.
Pero no. Siempre habrá bobos para este gurú engañador. Para este y miles de millones en todo el mundo y a través de la historia, que económicamente viven mejor que tú y que yo por pendejear a la gente.
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