Revista de Marketing y Negocios

Big data, big questions

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Desde hace algunos años se ha hablado mucho de big data. Definir qué es, cómo funciona y para qué sirve a veces puede ser algo complicado, pero es más cercano a tu vida diaria de lo que crees…

Te levantas al escuchar el despertador de tu iPhone, vas al baño y checas tu social media. Te vistes con el outfit deportivo que compraste en Amazon y luego… al gym. Tu smartwatch marca que corriste 5,14 kilómetros a un ritmo cardiaco de 136 latidos por minuto y quemaste 371 calorías. ¡Screenshot! Lo compartes. Mientras te bañas, escuchas tu podcast de noticias en Spotify y al terminar de arreglarte indicas tu ubicación y la de tu oficina para pedir un Uber. En el camino, abres Waze para buscar una mejor ruta, checas tus pendientes en Google Calendar y te metes a la app de Starbucks para comprar con tu tarjeta registrada lo de siempre: Macchiato latte deslactosado Venti. Al llegar al trabajo que conseguiste en una app de empleos, recibes tu café (si es que a algo así se le puede llamar café), colocas tu huella digital en el lector del edificio inteligente y te conectas a una reunión por Zoom. ¿Te diste cuenta?.

En tan sólo ese inicio tan cotidiano de tu mañana generaste una gran cantidad de datos que quién sabe, tal vez sirvan para enviarte una promoción de café gratis, un anuncio de los nuevos modelos de pants en Amazon o quizá sirvan para desarrollar la tecnología de tu próximo par de tenis para correr.

Además, para poder comprar ese celular, descargar las apps y pagar en esos lugares tuviste que haber dado mucha información de manera consciente y voluntaria. Pues bien, ése es el famoso big data del que tanto se ha hablado.

Los datos no bastan

Información es poder, se dice. ¡Y vaya que lo es! Sobre todo en estos tiempos en que se han fragmentado tanto los mercados y la publicidad masiva se ha hecho a un lado para dejar paso a la comunicación personalizada.

Pero tener la información no es suficiente: el valor de los datos no está en su existencia en sí, sino en la forma en que se organizan, analizan e interpretan para conocer al consumidor a fondo: su historial, hábitos, intereses y tendencias, así como para poder predecir comportamientos y adelantarse a sus necesidades para lo cual, ahí sí, se utiliza tecnología especializada con algoritmos muy complejos. Es por eso que la ciencia de los datos transformada en inteligencia predictiva es el mayor recurso de investigación hoy, para que las empresas tomen mejores decisiones.

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¿Me regala sus datos?

Mucho se ha hablado del peligro de compartir tus datos por el uso que les puedan dar… ¿robo de identidad? ¿hackeo de cuentas? ¿o una conspiración alienígena? Desde luego siempre hay riesgos, aunque según IBM el 90% de nuestra información no se utiliza y el 60% empieza a perder valor al poco tiempo de ser generada. O sea, tampoco somos taaan importantes como para que los del FBI y la NASA estén al pendientes de qué cuántas veces vamos al baño. 

Además, cuántas veces hemos visto una camioneta estacionada frente a su casa, con stickers que revelan cuántos son en la familia, qué deporte practican y encima, colgando del espejo retrovisor, un cartón que revela el lugar donde trabaja el dueño.

Nuestra información vale, desde luego. Y tan es así que se ha convertido en moneda de cambio para disfrutar de videojuegos, apps y una interminable variedad de sitios web que, por cierto, nos dan acceso a la información que buscamos. No todo es tan macabro, nuestros datos también sirven para que nos llegue la información que nos interesa; es como cuando vas a comer a tu restaurante favorito y el mesero te recibe con un: “¿lo de siempre, señor Galindo?”.

“Acepto”

¿Siempre lees todas las políticas de privacidad y uso de datos antes de entrar a un sitio? No, ¿verdad? ¿O has marcado en el menú telefónico del banco la opción “para conocer nuestro aviso de privacidad…”? Ni por error.

Las políticas de privacidad son un poco como el contrato de boda: para tener acceso a las mieles del matrimonio (ilusos), tienes que aceptar una serie de condiciones, pero ¿quién en medio de la ceremonia se pone a leer a detalle ese extenso contrato, ante la mirada de un ciento de invitados impacientes por ir al banquete? Sabes que vas a perder algo, pero aun así quieres decirlo: “sí, acepto”. 

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