Durante años nos acostumbramos a leer cualquier ajuste del consumo como una señal de alarma. Y sí, es comprensible: inflación, incertidumbre y volatilidad han moldeado la narrativa. Pero en este cierre de 2025, más que un mercado temeroso, lo que veo es algo más interesante: un consumidor que dejó de comprar por inercia y comenzó a hacerlo con intención.
¡No está gastando menos… Está gastando con más cabeza!
El comprador mexicano promedio ya no se lanza al carrito con la misma ligereza de antes. Planea, compara, pospone, anticipa. Y eso, lejos de ser una mala noticia para las marcas, redefine el juego, cambia el terreno y obliga a pensar, no solo a empujar promociones.
La idea de que “el Buen Fin se come a la Navidad” me parece cómoda, pero superficial. Que el 43% de los consumidores adelante sus compras navideñas a noviembre no habla de una pérdida de diciembre, sino de una nueva forma de administrar la ansiedad financiera. Se organizan y se protegen, y, en el fondo, se están dando algo que antes no tenían: control.
Lo interesante no es que compren antes, sino lo que hacen después con ese tiempo y ese dinero liberado. En este sentido, Diciembre está encaminado a ser un mes más emocional que transaccional, dejando de ser una carrera contra reloj. Y eso debería llevarnos a una pregunta incómoda: ¿estamos diseñando campañas para vender o para acompañar ese nuevo significado del consumo?
El ascenso del “Consumidor Experto”
Me gusta pensar que estamos frente a un consumidor más despierto. No perfecto, no inmune al impulso, pero sí más consciente. El ecommerce ya representa el 52.7% de las compras navideñas, pero el dato que realmente me parece revelador es otro: tres de cada diez personas investigan online y compran en tienda física.
No es contradicción, es criterio. Es alguien que quiere entender antes de decidir. Y ahí la marca deja de ser protagonista para convertirse en facilitadora.
El crecimiento de casi 17% en categorías como “belleza” también nos dice algo más profundo que un simple dato de mercado. Hay un deseo claro de invertir en uno mismo, de sentirse bien, de reafirmar identidad. Y aunque podríamos reducirlo a vanidad, creo que hay más fondo: en un entorno incierto, el autocuidado se vuelve refugio y también afirmación.
Para las marcas, esto no va de vender más cremas o perfumes, sino de entender qué representa eso en la vida cotidiana del consumidor. Qué lo mueve, qué lo calma y qué lo valida.
Tecnología: una extensión del criterio, no una amenaza fría
Lo que más me llama la atención en las nuevas generaciones no es solo su familiaridad con la tecnología, sino la naturalidad con la que la integran en su toma de decisiones. Que el 43% de los jóvenes entre 18 y 30 años utilice herramientas de Inteligencia Artificial para comparar, inspirarse o evaluar productos no habla de automatización, habla de empoderamiento.

Llegan más informados, sí. Pero también más exigentes. Menos tolerantes al discurso vacío y más sensibles a la coherencia entre lo que se promete y lo que se entrega.
Y aquí es donde, como profesional del marketing, creo que debemos hacer una pausa incómoda: este consumidor ya no responde bien al truco rápido, al falso descuento o a la narrativa inflada. Responde a la honestidad, a la claridad y -sobre todo- al respeto.
Con esto concluyo que el gran reto hacia 2026 no es descubrir cómo hacer que gasten más, sino entender cómo ser parte de su lógica de vida, cómo integrarse sin invadir y cómo construir relevancia sin gritar.
Porque este nuevo consumidor no busca que lo deslumbremos, busca que lo entendamos, y en esa diferencia, aparentemente sutil, está el futuro real de las marcas que quieran trascender, no solo vender.
¡Nos vemos el próximo mes!








