Nadie sabe a ciencia cierta a dónde van los que mueren, prácticamente nuestra cultura y religión determinan la ubicación de nuestra última morada. Independientemente de que sea cierto o no llega a darnos paz creer que vamos a un lugar muy bonito según nos hayamos comportado en vida. Quizás algunos de nosotros nos hemos llegado preguntar si de verdad el cielo y el infierno están en el más allá y no en el más acá.
Me pregunto quienes son los que de verdad se han ido, si los que han muerto o los que llevamos un ritmo de vida mecánico, automático, competitivo, sin un verdadero sentido quizás, preocupados por cubrir nuestras necesidades básicas las mismas que cada vez son menos básicas, compramos lo que nos venden al mismo tiempo que vendemos espejitos para mostrar que estamos un mejor lugar aunque yo todavía no entiendo bien cuál es.
Y no se trata de renunciar a “tener” sino de equilibrar prioridades.
Vivir también es aprender, crear, tener proyectos, compartir, amar y dejar de hacerlo, el dolor, la falta de salud son parte de la vida, pareciera que solo buscamos el placer hedonista, la belleza, la juventud son casi indispensables para que suceda, casi casi como si la vida feliz y plena fuera solo destinada para unos cuantos, los que pueden, tienen y saben.
La mejor forma de honrar a los muertos es entregándonos a la vida, tomando en cuenta que solo vivos tenemos la oportunidad de hacer cualquier cambio, cualquiera que sea necesario para llegar a la profunda aceptación de quienes somos, aceptar a los demás, compartir sin competir, dejando de existir sacrificados por preceptos obsoletos para llegar la plenitud añorada.
Los muertos de nuestra historia, en vida hicieron lo mejor que pudieron con las herramientas que tenían, hagamos que valga la pena la nuestra, la suya y la de todos y honrando la vida y su memoria en plenitud.
