The French are glad to die for love
They delight in fighting duels
But I prefer a man who lives
And gives expensive jewels
A kiss on the hand
May be quite continental
But diamonds are a girl’s best friend
Diamonds Are a Girl’s Best Friend – Marilyn Monroe
¿Qué es un diamante?
Un químico puede explicar que es una forma de carbono puro cristalizado; uno de los elementos más comunes para la vida (los seres vivos estamos formados principalmente por átomos de carbono) que sufrió de grandes presiones y se transformó de una fea y sucia piedra negra en un brillante cristal que, dicho sea de paso, es uno de los materiales más duros que se conocen.
Además el diamante, dentro de nuestra cultura, representa al amor eterno. Su extraña dureza y su indestructibilidad lo hacen un gran símbolo de este sentimiento.
Los diamantes son para siempre, dicen por ahí.
Prácticamente todos los matrimonios en Estados Unidos empiezan con un diamante engarzado a un anillo. Esta añeja tradición dice, de forma muy clara, que el hombre debe de comprarle a su novia un anillo de compromiso que tenga por lo menos un valor de dos meses de salario.
Hagan cuentas.
Resulta que nada de lo que acabo de escribir es cierto: el uso de dar un anillo de compromiso con un diamante se remonta a los años treinta del siglo pasado (no ha cumplido 100 años la costumbre) y toda esa “hermosa tradición” es fruto de una campaña de marketing.
Todo comenzó a finales del siglo XIX. En esos entonces los diamantes eran raros, joyas exclusivas para reyes y sátrapas orientales. El descubrimiento de las minas de Kimberley, en Sudáfrica, cambiaron las cosas. Los mercados no tardaron en saturarse de las brillantes piedras y parecía que su valor comenzaría a disminuir.
Es cuando aparece en el escenario un explorador británico que también tenía muy mala fama de oportunista y vivales: Cecil Rhodes.
Éste se dio cuenta de que el exceso de producción de diamantes haría que las piedras disminuyeran su valor por lo que comenzó a comprar todas las concesiones mineras para así acaparar el mercado.
Luego de hacerse del control de la producción de diamantes de Kimberley, Rhodes fundó una empresa de nombre De Beers (así se llamaban los neerlandeses concesionarios de la primera mina que adquirió) que, para efectos prácticos, nació como un monopolio. Desde esos entonces la firma ha hecho lo que ha querido con este mercado.
Por ejemplo, cuando se hicieron nuevos descubrimientos de yacimientos diamantíferos en África que opacaban los de Kimberley, De Beers, en vez de comenzar una guerra de precios optó por atraer a los dueños de estas nuevas concesiones a su esfera para así mantener el monopolio ‒y el precio‒ de la venta de las piedras.
Esta política les ha funcionado de muy buena manera a través de las décadas; en los cincuenta los soviéticos también descubrieron grandes yacimientos de diamantes y De Beers no dudó en atraerlos también, ofreciendo divisas frescas a cambio de la producción total. Aquellos comunistas no tuvieron ningún empacho de aceptar el dinero de una de las empresas con las peores prácticas capitalistas de la historia de la humanidad.
Otros dos casos: Cuando en Australia también se realizaron descubrimientos similares, De Beers tampoco tuvo ninguna pena en inundar el mercado de diamantes para así bajar el precio y quebrarlos; En los setenta un grupo de israelitas trató de especular acumulando diamantes y la empresa, de nuevo, aprovechó su supremacía para bajar los precios de manera artificial.
Al día de hoy es imposible comprar un diamante que no haya pasado de alguna manera por las garras de De Beers. De hecho, los hermosos aretes de diamante que heredó la abuela también lo hicieron.
Teniendo ese control, una de las cosas que necesitaba De Beers eran clientes; a principios del siglo veinte, después de la Primera Guerra Mundial y la Gran Depresión a la mayoría de las personas ni les pasaba por la cabeza la idea de adquirir un diamante, es por ello que la firma acudió a la agencia de publicidad N.W. Ayer & Son, una de las de más larga vida en Estados Unidos, con la finalidad de realizar una campaña para atraer clientes.
El reto aquí fue el de convencer a los jóvenes en vísperas de matrimoniarse para que compraran un anillo con uno o varios diamantes engarzados; utilizaron una campaña que tenía como eslogan la brillante idea de “Un diamante es para siempre” y salieron a promocionarlos como un gasto necesario si es que querían “demostrar su verdadero amor”.
Esta convenció a los futuros sufrientes de dos cosas: el tamaño del diamante es el tamaño del amor y, en caso de no poder adquirir uno, era una clara muestra que se había fracasado como enamorado y como hombre.
Lograron transformar al diamante en una medida de masculinidad.
El cinismo fue tal que uno de los elementos de la propia campaña era el concepto de que el diamante perfecto debería tener un valor equivalente a un mes de salario. Cuando se dieron cuenta de lo bien que había funcionado, sin empacho alguno lo cambiaron a dos meses.
Lo irónico de todo este asunto es que el diamante en realidad no tiene el valor al que normalmente es etiquetado: es sabido que los joyeros incrementan el precio de la piedra entre un 100 y un 200 por ciento, además, nunca aceptan devoluciones y tienen serias políticas de no comprar “de regreso” este tipo de joyas. ¿La razón? La gente se enteraría que los diamantes en realidad no son tan valiosos.
La piedra se devalúa prácticamente un 50 por ciento por el simple hecho de sacarla de la tienda y, de ninguna manera puede considerarse una inversión. Vender un diamante usado, por el valor original, es prácticamente imposible y en la mayoría de los casos sólo se puede obtener una fracción de éste.
Los diamantes no son negocio (más que para De Beers y los joyeros).
La guerra que viene
Se me ocurrió escribir todo esto debido a que leí en Internet una nota sumamente interesante y que podría anticipar el final de la hegemonía de De Beer:
Gracias al milagro económico chino muchos integrantes de su nueva, pujante y enorme clase media se han aventado de cabeza a las costumbres occidentales. Entre hamburguesas y películas de superhéroes, los anillos de compromiso se han transformado en una moda para quienes quieren contraer nupcias.
Resulta que la industria de ese país ha perfeccionado a tal grado la producción de diamantes industriales que estos ya alcanzaron el nivel de joyería y, ¿qué creen? Que ya están inundando el mercado con estas rocas a las que algunos llaman, de forma despectiva, “hechos por el hombre”.
Por supuesto que tal afrenta no se puede quedar así. De Beers ya está destinando millones de dólares para desarrollar “métodos” de detección de estos diamantes artificiales. El gran problema para ellos es que los “made in China” tienen una gran calidad y son prácticamente indistinguibles de los naturales.
El país asiático ya produce unos tres millones de kilates anuales de diamantes de grado de joyería y, por supuesto, no tardan en incrementar la producción.
Ante la posibilidad de que les arrebaten el mercado, no hay ninguna duda de que también, muy pronto, veremos una campaña auspiciada por De Beers que tratará de convencer a futuros novios de que los diamantes bastardos, hechos por la malvada china comunista, no son dignos del verdadero amor.
Seguramente testificaremos una guerra que se pondrá muy interesante.