Uno de los conflictos culturales más antiguos de la humanidad es el que existe entre imagen VS texto. Desde guerras religiosas y persecuciones políticas pasando por conflictos ideológicos,discusiones universitarias hasta dilemas de comunicación y publicidad. ¿Debemos usar imágenes o textos?
Con el —ya no tan reciente— “boom” de la tecnología, esta dicotomía se antoja más marcada que nunca. En todos lados nos dicen “no pongas tanto texto, porque ya nadie lee” y todo se vuelve un círculo vicioso; la gente “lee menos” porque le damos menos información en forma de letras. “Sube un vídeo, o al menos una foto o mejor: un GIF”. Y así en círculos: damos menos texto a un público que cada vez lee menos y consume más información visual.
Este consumo visual se incrementa día con día; antiguamente las personas estaban expuestas a decenas, centenares de mensajes. En la actualidad, se cuentan por millones estos mensajes y cada vez tenemos menos tiempo de leer y buscamos dar la información más “digerida” a través de una imagen impactante, que se destaque de las demás, que sea memorable y se quede en la memoria, por lo menos 30 segundos después de haber sido captada por el ojo.
Pareciera ser una carrera sin límite y que no se va a ganar jamás.
No obstante, creo que sería muy sano hacer al menos una pausa durante el día y retomar en su justo valor la comunicación escrita (y eso que soy esencialmente un comunicador visual).
Nos hemos vuelto adictos a la imagen, consumidores compulsivos de vídeos, fotografías, animaciones, todo lo que pueda asimilarse por la retina y —aparentemente— pasar a nuestra mente sin filtros ni mayor procesamiento. Hemos ido dejando de lado la paciencia de leer y reflexionar sobre lo leído. Justo la reflexión es la que hace la diferencia; el proceso mediante el cual hacemos consciente la percepción y la razonamos en el esfuerzo de comprenderla.
En nuestra era donde dominan las Redes Sociales, debemos distinguir que la información escrita es más valiosa por el diálogo. La oportunidad que tienen todas las personas de expresarse, que por lo fidedigno de la saturación de datos (o mejor dicho, la abundante desinformación y la consecuente desorientación del público) y donde lo más fácil es consumir visualmente, en un instante y sin tanto análisis, considero que vale la pena darnos ese tiempo para detenernos a respirar, leer y meditar sobre lo leído. Hasta casi como un ejercicio de sana meditación.
Conste que no desacredito ni niego en absoluto el poder convincente de las imágenes, al contrario, son el medio más directo de hacer llegar un mensaje a la mente. Pero lo que me parece preocupante es que no hagamos consciente esta necesidad de recuperar la comunicación escrita y su contraparte dialéctica: la lectura.
Si bien lo ideal es crear mensajes claros, directos y concisos, muchas veces pecamos de obscuros, confusos o ambivalentes al tratar de reducir los mensajes al mínimo de palabras. Requiere mucha destreza y práctica dominar el arte de la síntesis por escrito, clave en la publicidad y el marketing.
Hagamos consciente pues esta práctica de imagen VS texto.
Tratemos de dar su lugar justo a la comunicación escrita (aún cuando las imágenes sean muy buenas y convincentes); nos dejará una sensación de claridad de pensamiento y con mayor razón si descubrimos que, efectivamente, la imagen y el texto no están en conflicto, sino en armónico complemento. Una meta realmente ideal.