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La confianza no apesta. Apesta no tener confianza

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Ahora que salieron las primeras imágenes del Telescopio espacial James Webb, me cayó un 20 brutal: vivimos en un planetita rodeado de 10 cuatrillones de estrellas (aprox).

Para nosotros, como humanidad, es un macro-avance. Pero para el resto del universo, esto es tan relevante como el paradero de quien quedó en 3er lugar, en la última temporada de MasterChef México.

La confianza.

Tenemos presente y celebramos el hecho histórico: un Dream Team de ingenieros y científicos lanzó un gran telescopio al espacio y ahora podemos ver el universo en su mejor definición posible. Pero no olvidemos que antes hubo un proceso para atraer inversionistas, y otro igualmente complicado para juntar al mejor talento.

Si me preguntan, dudo que las conversaciones para empezar el proyecto hayan sido: “ay, estaría padre tener un telescopio bien acá” o de discutir puros números. Seguramente hubo una parte mucho más humana, de persuasión y de trato para ganarse la confianza de los involucrados y eventualmente sumarlos.

Bajemos un milímetro la escala y acompáñenme en este hilo de ideas:

Ese cliché de que los proyectos son como los hijos siempre me ha parecido cursi, hasta hace un año (en julio) que llegó mi hija a este mundo.

Retomando la otra analogía del telescopio vs el universo, diríamos: sí, nació una niña más en el planeta Tierra, pero es MI HIJA y para mí es especial. Quiero que crezca contenta, sabiéndose querida y espero que todo lo que yo pueda aportarle tenga un impacto positivo en ella y en quienes la rodean. Si todo sale bien, ganará un Premio Nobel y nos sacará de pobres o simplemente será feliz y con eso me bastará.

En este mismo son, no todo es miel sobre hojuelas, ¿qué pasa si en lo que la preparo para su primer Premio Nobel, mi proyecto se “enferma”? (Toco madera). Quizás un día, empieza a tener fiebre, vómito, o le salen ronchas. ¿Me espero a que se le pase? ¿Suelto el balón? ¿A quién? ¿Lo suelto realmente? Creo que el principal factor de esta y otras situaciones, es la confianza.

Hace 5 años (así dicen todos, según Seinfeld), nos invitaron a cotizar para el lanzamiento de un e-commerce. Los clientes eran muy jóvenes, poco experimentados, con muy poco presupuesto, pero estaban muy claros con lo que querían lograr. Era una startup, vamos.

De primer saque, su proyecto sonaba sencillo (para ellos): destronar a Amazon. Tal vez, pudimos ser más asertivos para decirles que no a sus solicitudes irracionales (influencers ultra famosos, campañas con cifras indescriptibles…).

La segunda red flag salió cuando nos retaron, diciendo que hasta ellos mismos podían hacer lo que nos pedían. Nuestra respuesta fue contundente: creemos que entonces, ustedes mismos deberían hacer el proyecto. (Entra efecto de disco rayado). Pusieron freno de mano y reconfiguramos.

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Al final, colaboramos temporalmente como sus asesores, no destronaron a Amazon, pero aprendieron a valorar el trabajo de sus proveedores (finalmente in-house) y nosotros a ser más empáticos.

Regresando al tema de mi Generala, llevo casi 20 años trabajando en agencias y en esta etapa de papá me di el chance de experimentar cómo piensa un cliente cuando busca, compara y elige la mejor opción para un proyecto (mi proyecto personal). Puedo decir, que ahora los entiendo mejor, y aprendí a aceptar mis limitaciones, aunque también aprendí que más allá de lo que me ofrecieran los proveedores, si me trataban bien, o eran empáticos, los prefería.

Malcolm Gladwell escribió en BLINK! que era más probable que un médico fuera demandado si no trataba amablemente a sus pacientes, a pesar de curarlos.

Dirán, “¿y eso qué, mi querido ‘Neil Armstrong de las columnas que nadie lee’?” Pues, fácil: aunque el cliente pierda objetividad, conoce su proyecto mejor que nadie y si no se siente cómodo con un proveedor ultraexperimentado, puede perder la reventa, la confianza y hasta el proyecto.

Sin lugar a dudas, ambos lados tienen mucho que trabajar si quieren alcanzar el éxito. Escucharse, comunicarse y un buen trato pueden hacer la diferencia.

Y si no me creen, mírenme a mí. Un año después, la Generala sigue enterita y más chistosa que nunca. Esto no lo hubiera logrado sin el apoyo y la confianza que su hermosísima jefa ha depositado en mí y yo en ella. El proceso ha sido de mucho aprendizaje y de muchas decisiones difíciles. Hasta ahora, no hay arrepentimiento alguno porque aquí estamos requetebién, después de 12 meses; agradecidos, contentos y con el ánimo hasta el espacio exterior.

Gracias, Wera hermosa. Esto lo logramos juntos. Te amo.

Nos leemos pronto.

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