Esta es una historia que nos recuerda en cierta manera las grandes riquezas que se generaron en el siglo XIX; una era en que los magnates del petróleo, del carbón, del acero y los ferrocarriles generaron fortunas de tamaño escandaloso gracias un crecimiento industrial sin precedente en una era en que la palabra favorita era “progreso”.
Fábricas, trenes, rascacielos fueron sinónimos de la nueva época en la que el ser humano llegaría, literalmente, a las nubes. Por supuesto que esta bonanza solo pudo ser lograda sobre las espaldas de los obreros que, en esas épocas, no tenían el más mínimo derecho: largas jornadas, condiciones de seguridad y de salud muchas veces mortales; niños trabajando así como un largo etcétera que con el tiempo, generaría doctrinas de cambio para impulsar los movimientos obreros. Un intento de revertir un mundo que, para la gran mayoría de la gente, era gris y terrible. Carente de oportunidades y de futuro.
Esta semana fue publicada la lista de billonarios de Forbes, una especie de competencia de carteras en las que aparecen clasificadas y desmenuzadas las principales fortunas del mundo. Por segundo año consecutivo el primer lugar lo obtuvo Jeff Bezos, empresario que en los noventa abrió una tiendita de libros online llamada Amazon.
Bezos cuenta, según la revista, con 177 mil millones de dólares; cantidad que se incrementó, respecto a 2019 en 64 mil millones de dólares. Definitivamente no fue un mal año para un empresario que nos recuerda a aquellos antiguos capitalistas.
Si la ajustamos a la inflación, la fortuna generada por los negocios petroleros de la familia Rockefeller sería tres veces superior a la del dueño de Amazon, cosa que tal vez haga ver un poco más en perspectiva temporal todo el asunto, pero sin quitar que la cifra es de escándalo.
También es un hecho que es muy diferente el trabajo en uno de los centros de distribución de Amazon que en una acerería de Andrew Carnegie o en los ferrocarriles de Cornelius Vanderbilt, sin embargo, la polémica de las grandes fortunas amasadas sobre las espaldas de empleados explotados sigue tan vigente como en aquel clímax de la Revolución Industrial.
Amazon es ya prácticamente parte de nuestra cultura y, gracias a su modelo de negocio, la firma logró ventas por 386 mil millones de dólares en un año en que la mayoría de las empresas dejaron de crecer o, de plano, entraron en recesión.
Para finales de 2020 reportaba casi 1.3 millones de colaboradores, de estos, casi medio millón comenzó a trabajar ese mismo año: ¡Amazon es la empresa que más empleos generó durante el año de la pandemia! Además, también es la segunda fuente de labor en Estados Unidos; unas 800 mil personas trabajan en instalaciones de ese país.
En épocas de incertidumbre, como las que estamos viviendo, este tipo de noticias tienen que ser buenas pero, ¿a cambio de qué?
El primer punto espinoso de esa terrible relación con sus propios colaboradores es el de las retribuciones; en Estados Unidos el salario mínimo de es de $7.25 dólares la hora y aunque algunos estados ya realizaron reformas legislativas para incrementarlo a $15 dólares, esto aún no ocurre a nivel nacional. Amazon, en un afán de demostrar su compromiso, incrementó salarios a un mínimo de 15 dólares, cosa bastante loable a pesar de que no es ninguna fortuna. Sin embargo, el gran problema no son los salarios, sino lo que ocurre al interior de las grandes naves donde trabajan miles de personas.
Varios reportes, hechos tanto por extrabajadores como reporteros infiltrados, acusan una serie de condiciones que no pueden ser calificadas más que de terribles: cuotas de trabajo prácticamente inalcanzables debido a las cuales los empleados deben de sacrificar tiempo para comer o inclusive ir al baño, para cumplirlas. En caso de no hacerlo, el despido es inminente.
Políticas antirrobo sumamente intransigentes en la que los colaboradores son obligados a pasar por filtros y revisiones de seguridad que en algunos casos llegan a ser humillantes. Cámaras que no dejan un rincón sin ser observado y sensores que permiten seguir, paso a paso, la actividad de cada persona al interior de las distintas bodegas.
Un escándalo muy reciente involucra a los choferes de las camionetas repartidoras de la empresa en Estados Unidos. Estas llevan una serie de cámaras y dispositivos que controlan de manera absoluta a los conductores. Las rutas y los horarios son tan estrictos que no les da tiempo de ir al baño por lo que muchos han tenido que orinar en botellas para así evitarse una parada “inútil”.
Lo peor del caso es que, cuando el representante demócrata Mark Pocan cuestionó el tema a través de Twitter, la cuenta de @amazonnews se apresuró a negar que tal cosa ocurriera.
Poco después Amazon emitió un comunicado en el que pedía una disculpa por la respuesta, sin embargo, esta no fue tan sincera ya que trataba el asunto de las botellas de orina como algo circunstancial e inevitable en el ramo.
Otro de los temas laborales que “ensucian” a Amazon es el de los sindicatos; existen varios movimientos al interior de la empresa que buscan organizarse para así buscar de forma unificada mejores condiciones de trabajo a todos los niveles.
La vanguardia de éste se encuentra en las instalaciones en Birmingham, Alabama, donde sus seis mil empleados ya han votado sobre la creación de un sindicato de trabajadores y esta misma semana podrían presentarse los resultados.
Por supuesto que la firma ha hecho toda una campaña al interior para desprestigiar al movimiento tratando de crear un ambiente de desconfianza al aseverar que los que pretenden dirigir este sindicato lo único que buscan es dinero y privilegios.
Algunos empleados reportaban que en los baños y en las zonas de descanso fueron colocados folletos en los cuales se daban a conocer estas acusaciones, además, el personal fue forzado a participar en largas presentaciones en las que se explicaba por qué no les convenía sindicalizarse.
Incluso hubo acusaciones, como si de república bananera se tratara, de la creación de diversas cuentas en Twitter de supuestos trabajadores de Amazon, en las cuales despotricaban en contra de la sindicalización.
Queda muy claro que, si los trabajadores de Alabama logran sindicalizarse, muy pronto serán seguidos por los de otros estados y países, cosa que no gusta nada a la firma.
Desde aquí la reflexión es muy sencilla: muchos de nosotros gozamos del lado amable de Amazon en muchos sentidos: nada más placentero que recibir ese pequeño capricho apenas al día siguiente de haberlo visto en línea.
¿A cambio de qué?
¿Una empresa que genera ganancias de 386 mil millones de dólares, en medio de una crisis económica, no puede tener un mayor compromiso con sus empleados?
Las megaempresas tecnológicas como Amazon han podido trastocar muchas cosas: no solo el ambiente laboral también han afectan el medio ambiente, los comercios locales, grandes y pequeños, así como las economías de los países en los que tienen presencia, entre muchas otras cosas.
¿Hasta dónde es permisible dejar que actúen sin obligarlos a acatar ciertas reglas en beneficio de esas comunidades de las que se benefician?
Sin lugar a dudas, un tema muy controvertido.