No es una realidad oculta que la política ha caído en una cloaca hedionda. Que se ha degradado al grado de que una gran mayoría duda del actuar político. Decía Nikita Jrushchov, connotado dirigente soviético, que «Los políticos son siempre lo mismo: Prometen construir un puente aunque no haya río». Es cierto que gran parte del problema de un político radica en sus promesas endulzadas para ganar votos. No importa que éstas rebasan los límites de la veracidad y de la probabilidad para su cumplimiento futuro. También es cierto que los políticos se han ganado a pulso el descrédito gracias a una serie de actos de corrupción y de enriquecimiento personal por medio del pueblo que datan desde tiempos históricos.
Un grupo de youtubers mexicanos hizo un experimento en el que salieron a las calles para preguntarle a los transeúntes qué es lo primero que piensan al escuchar la palabra «político». Muchos de los entrevistados respondieron con palabras como «ratero» y «mierda». Ninguna de las personas entrevistadas tuvo una reacción positiva ante tal vocablo. Sin duda la política está desprestigiada a grado tal que los gobernados repudian a sus gobernantes con o sin razón. ¿Qué ocurre en la política para que los ciudadanos no crean en ella? ¿En qué momento los políticos se convirtieron en enemigos legítimos del pueblo?
Antes de la revolución que democratizó del poder en 1789, el rey francés vivía a costa del sufrimiento del pueblo. La gente literalmente sobrevivía entre orines y desechos. Esto llevó a los franceses a levantarse en armas en contra de la monarquía para establecer un gobierno del pueblo. En 1862, el padre de la Administración, Lorenz Von Stein, advirtió al monarca Federico II de Prusia que era necesario tomarse en serio al pueblo y a las revoluciones sociales que podían gestarse si el gobernante no satisfacía las necesidades de la población. Muchos teóricos atribuyeron el enviciamiento del poder a la ineptitud de muchos políticos al momento de cumplir con su labor.
Margaret Thatcher, Primer Ministro del Reino Unido (1979-1990) propuso una política denominada New Public Management (Nueva Dirección Pública). Ésta pretendía limpiar la imagen de su administración transformando las relaciones de la gestión pública con la sociedad. En otras palabras, hacer posible un diálogo-interacción entre la administración, el mercado y la sociedad civil. Esta iniciativa, plausible y fructífera en su momento, vio su declive después de la crisis financiera del 2008, cuando la relación población-gobierno se deterioró al máximo.
Cada vez se hace más evidente la necesidad de una reinvención política.
Una reinvención de la imagen de la dirección gubernamental que incluya la reciprocidad en el binomio político-ciudadano. Urge transformar la mentalidad del gobernado frente a la participación ciudadana en el sector político. Los politólogos Gabriel Almond y Sidney Verba, hablan de generar una «cultura cívica» que promueva un equilibrio entre la actividad política y el desempeño cívico. Digámoslo sin más rodeos: que los ciudadanos sean más políticos y que los políticos sean más ciudadanos. Que el político recuerde que no está tratando con simples ciudadanos, sino con sus conciudadanos.
La restauración política implica un trabajo sobrehumano que no pretenda la conversión del ciudadano convencional en el «animal político» aristotélico, sino generar conciencia en el pueblo de que es parte fundamental del Estado y, como tal, una pieza clave en la actuación política. El problema de la política contemporánea es meramente un conflicto de imagen, es decir, de percepción. La forma en la que se contempla al político, desde lejos, ha cambiado conforme ha progresado y madurado la visión de un pueblo cada vez más exigente.
Si la Política fuera una persona, estoy seguro de que difícilmente un asesor en imagen pública y, tal vez, ningún mercadólogo experimentado lograría cambiar la mala percepción que los otros tienen de este personaje tan vilipendiado.
Sólo la política puede cambiar a la reinvención política. Dicho de otra forma, la política se cambia con acciones y no con discursos demagógicos que sólo generan decepción y repudio.
Desde un punto de vista muy personal, creo que para lograr reparar los daños de la política actual es necesario que las nuevas generaciones de dirigentes se transformen en estrategas por medio de la sinceridad en su vocación política, conformando un equipo de trabajo eficiente, conociendo al ciudadano a la perfección, dominando el marketing político y los distintos medios de comunicación (pues la interacción entre el gobernante y el gobernado es de suma importancia) y, sobre todo, actuando con congruencia, haciendo efectiva la administración de los recursos estatales y cumpliendo al pie de la letra con las exigencias de la población.
Y, quizás, tatuándose en la memoria aquella frase del expresidente uruguayo, José Mujica: «Hay gente que adora la plata y se mete en política. Si adora tanto la plata que se meta en el comercio o en la industria. Que haga lo que quiera, no es pecado. Pero la política es para servirle a la gente». Pues es cierto, el servidor público lleva en su designación la función misma: servir al pueblo.
En política existe una frase que previene al administrador público; aunque construyas mil puentes, si uno se cae, serás recordado a perpetuidad por los estragos del derrumbamiento y no por los novecientos noventa y nueve que siguen en pie. El político debe ser minucioso, reflexivo. Debe actuar con cautela y determinación para cuidar su imagen. Pero también debe ser eficaz y eficiente a la hora de realizar su labor para transmitir confianza traducida en gratitud popular, evitando a toda costa que un pequeño error marque su trayectoria de por vida.
Es apremiante restablecer la imagen de la Política.
Cada vez más los ciudadanos exigen a sus líderes autenticidad, iniciativa para crear e innovar, honestidad, utilidad, actitud y aptitud para enfrentar la adversidad. La corrupción, el derroche económico y la incompetencia no son fenómenos nuevos en nuestro panorama. Pero deben erradicarse de una manera u otra. Probablemente la única forma de lograrlo sea simplemente educando a los futuros políticos y concientizando a los ciudadanos. Yo no veo de otra, ¿y ustedes?