La aparición de los smartphones ha transformado profundamente nuestra sociedad. Aunque quizá aún sea pronto para extraer conclusiones definitivas, no cabe duda de que estos dispositivos han moldeado nuestra manera de ver el mundo. Al salir de casa, ya no solo verificamos si llevamos la billetera o las llaves, sino, más importante aún, si tenemos el móvil a mano.
Vivimos conectados casi todo el día, pero, paradójicamente, muchas veces estamos desconectados de la realidad que nos rodea. Estamos más cerca de personas que están a miles de kilómetros, pero más lejos de quienes tenemos a nuestro lado.
Este cambio tiene consecuencias en todas las generaciones. Si bien no busco debatir aquí si estos efectos son positivos o negativos, quiero centrarme en cómo los smartphones han impactado la comunicación política y, en menos de 15 años, han revolucionado por completo la manera en que se ejerce y se comunica la política.
En años anteriores, el medio predilecto de la política era la televisión, y antes de eso, la radio o los periódicos. Hoy, sin duda, el canal predominante son las redes sociales. Los teléfonos inteligentes nos permiten acceder, desde nuestro bolsillo, a todas las plataformas sociales y a una cantidad ilimitada de información. Los políticos aún acuden a la televisión y la radio, pero ahora se centran en las redes sociales, las cuales les ofrecen un alcance masivo en cuestión de segundos.
Sin embargo, este cambio también ha traído consecuencias. La política se ha vuelto más superficial: los mensajes son más cortos, a menudo insignificantes, adaptados a la velocidad a la que se difunde la información y a la creciente impaciencia de las personas para informarse de manera profunda.
Existen, no obstante, algunas ventajas, según se argumenta. El intercambio directo y la horizontalidad que generan las redes e internet permiten una interacción más inmediata entre los políticos y los ciudadanos. Pero, ¿es esto realmente cierto? ¿O el debate en plataformas como Twitter es solo una puesta en escena? Otro supuesto beneficio es que cualquier persona, sin importar su poder económico, puede llegar a una gran audiencia sin necesidad de invertir grandes sumas de dinero, como solía ser necesario para aparecer en televisión. Pero me pregunto nuevamente, ¿es esto del todo cierto? En la práctica, quienes disponen de mayores recursos siguen teniendo ventaja, ya que pueden invertir en profesionales, publicidad y en la optimización de sus contenidos para que los algoritmos los favorezcan.
Desde mi punto de vista, tener acceso a tanta información y herramientas, y disponer de un canal directo de comunicación con instituciones y políticos, es algo positivo. Sin embargo, creo que aún no se ha aprovechado plenamente este potencial para que las democracias sean más participativas, transparentes y justas para todos. Podemos transferir grandes sumas de dinero desde un smartphone, pero todavía no podemos opinar ni decidir sobre cuestiones clave en nuestros municipios con la misma facilidad.