Todos los días, a toda hora y en todo lugar se libra una guerra de agravios, mentiras y burlas. Desperdicio de tiempo y recursos en las redes sociales por quienes se autoproclaman personas civilizadas y conscientes.
Hemos trascendido para mal la tradicional elección de candidatos. Hoy es un duelo de tropas, troles y tribus; de filias fundamentalistas y fobias cismáticas. Hoy estamos en medio del necio conflicto entre los empoderados Pejezombies y los intolerantes Pejefóbicos.
El desprecio como fundamento, el ataque como supuesta defensa, el insulto para provocar, el embuste como justificación. Paupérrimo muestrario, ruin y reprobable fórmula argumentativa empleada por ambos bandos.
Ciudadanas y ciudadanos se han subido a la arena política cual viles gladiadores modernos, que con dispositivo en mano combaten palabra a palabra, insulto a insulto, en un tecnológico circo de mensajitos. No hay a quién irle.
Fascistas y clasistas señalan los unos. Fanáticos y autoritarios responden los otros. Vendepatrias y pagados del sistema sentencian molestos los unos. Populistas, iluminados y trasnochados lanzan iracundos los otros.
El odio y el rechazo entre sectores sociales se fomenta y crece imparable.
La confrontación es entre dos visiones de país, dos Méxicos radicalmente opuestos. Entre dos formas de ver la política, el funcionamiento del gobierno, las necesidades del país, el transcurrir de la vida diaria a lo largo y ancho del territorio nacional. Diferencias que van desde el errado aterrizaje de las propuestas planteadas, hasta las “sesudas” interpretaciones de lo que nunca nadie ha dicho. Imaginario y realidad rebosando un tóxico caldo condimentado con intolerancia y violencia.
El enfrentamiento es sin cuartel, sin concesiones. Incoherente, ilógico y humillante. Y no es cuestión de coartar la libertad de expresión, cada quien puede decir lo que quiera, pero todo aquel que pretenda hablar de política, que recuerde que la forma es fondo.
La competencia es hasta por ver quién termina por disparar el improperio más “ingenioso”, sin darse cuenta que en su diálogo-monólogo hay una grosera pobreza intelectual, una ausencia total de rigor discursivo y una gran ordinariez en lo magro de sus juicios.
Bajo este escenario imaginemos los días posteriores al resultado electoral. El panorama no será nada agradable. El escarnio y el menosprecio, el odio y el rencor podrían rebasar los niveles actuales y tornarse devastadores.
Aprendamos. La elección pasada fracturó familias y arruinó amistades. Afirmativo, el hombre es el único animal que su torpeza le impone tropezarse dos veces con la misma piedra.
El candidato ganador está desde hoy obligado a realizar una campaña de reconciliación y apaciguamiento, una operación cicatriz para mirar hacia delante, cerrar heridas, mitigar dolores y aplacar euforias. Una campaña que hable con claridad y con justicia, en donde se incluyan y reconozcan todas, todos y cada uno de los estratos sociales. Una campaña de contenido inteligente y sensible, que hable con justicia, verdad y profundidad. Una campaña de esas que hasta hoy ninguno de nuestros gobiernos ha sido capaz de realizar.