Durante años, las marcas creyeron que la atención era una cuestión de presupuesto. Que bastaba con invertir en pauta, dominar los algoritmos o repetir el mensaje hasta que la audiencia, rendida, fuera impactada. Pero la realidad ha cambiado: en un mundo saturado de estímulos, la atención no es una puerta que se empuja con dinero, sino un umbral que se diseña con inteligencia, empatía y tecnología.
La inteligencia artificial ha venido a reordenar este juego. Al principio se pensó como una herramienta para automatizar tareas, personalizar mensajes y optimizar campañas. Y en verdad que lo es, pero su impacto más profundo está en otra parte: en cómo transforma la manera en que diseñamos experiencias que merecen atención. El nuevo tráiler de la película F1 producido por Apple, que activa la función háptica del iPhone al reproducirlo, no es solo una curiosidad tecnológica. Es una declaración de principios. Una forma de decir: “voy a involucrar tus sentidos, no solo tus ojos”. En la economía de la atención, eso es oro molido.
Este tipo de experiencias marca un giro fundamental: la atención no se capta, se negocia. Y el usuario moderno no quiere interrupciones, sino acciones con valor. La IA puede ayudarnos a comprender mejor cuándo, cómo y por qué alguien está dispuesto a prestar atención, pero eso no sustituye la necesidad de tener algo relevante que decir. El fondo importa tanto como la forma. No basta con ser visible, hay que ser significativo.
Ahí es donde el marketing y las relaciones públicas se están redefiniendo. El storytelling ya no solo se mide por su creatividad, sino por su capacidad de adaptación contextual. Las narrativas que sobreviven son las que se ajustan en tiempo real, que responden con precisión emocional y que convierten la interacción en una microexperiencia. La IA, en manos expertas, permite eso: construir contenido que no solo informe o entretenga, sino que resuene y active.
La paradoja actual es que nunca tuvimos tantas herramientas para llamar la atención, y nunca fue tan difícil mantenerla. La IA puede decirnos qué formatos funcionan, en qué horario, con qué color. Pero la pregunta esencial sigue siendo: ¿qué estamos entregando a cambio de esa atención? Las marcas que respondan a eso con honestidad y creatividad tendrán una ventaja difícil de replicar.
En este nuevo contexto, los tomadores de decisión deben dejar de pensar como anunciantes y empezar a pensar como diseñadores de experiencias cognitivas. La atención ya no es una métrica; es un territorio en disputa. Y la IA no es la solución mágica, pero sí un mapa con el que podemos explorarlo mejor.
El futuro no está en dominar la tecnología, sino en orquestarla con propósito. Porque la atención, esa moneda tan escasa como poderosa, no se compra, se diseña.