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La pizza con piña y la libertad de expresión

¿Te has fijado, la cantidad de personas que, en redes sociales, publican de la nada una declaración de principios en las que establecen la forma en que se debe de comer o beber algo? ¿Dónde marcan los métodos con los que se debe de realizar una acción?

Del mismo modo, ¿has visto a algunos que descalifican de manera radical y manifiestan su incomprensión sobre los gustos de otras personas?

El café no lleva azúcar, he dicho.

Esta es una de las más comunes: alguien que quiere definir de manera binaria si algo está bien o mal. Determinar la forma correcta de hacerlo; “yo lo hago así y, por consiguiente, está bien hecho. Todos aquellos que no lo hacen así son tontos, ignorantes o simplemente carecen del genio y de la clarividencia que yo poseo”.

En España, por ejemplo, se desató una auténtica guerra entre quienes afirman que la tortilla de patatas lleva cebolla y quienes no; gente de ambos lados del espectro se manifestó, dio sus teorías, sus razones y sus experiencias para agregarla o eliminarla de la receta.

A final de cuentas nadie convenció a nadie y mientras los puristas de la “no cebolla” comen su tortilla de papas, no olvidan que allá fuera hay todo una secta hereje y cuasi satánica que se atreve a agregar el vegetal a la sacrosanta receta.

¿Cómo serán a la hora de hablar de política o religión?

En México sigue pasando algo muy similar con la famosa discusión de las quesadillas sin queso, una especie de guerra geográfica en la que no se limitan a la hora de emitir epítetos como “chilangos”, “provincianos” y muchos más que dudo en transcribir.

En Estados Unidos la lucha entre los que aman y odian la pizza hawaiana llega a niveles épicos y estoy seguro de que, en cada país del mundo, existe una pelea por ingredientes y la forma de cocinar los platillos más representativos.

Y si la tolerancia en contra de los que le ponen azúcar a su café, piña a su pizza y cebolla a su tortilla de patatas es casi nula, me llama aún más la atención de quienes se sienten ofendidos cuando un extranjero se atreve a preparar un platillo típico nacional con los ingredientes que cree correctos o se encuentran a su alcance.

Hace poco vimos a una doñita que se atrevió a preparar un pozole utilizando ingredientes locales y se le fueron a la yugular como si ella misma hubiera sido la que inició la guerra de independencia de Texas.

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No importa que en la pizzería pidan una de frijoles con chorizo o soliciten salsa de soya con limón y chiles toreados en la barra se sushi, la comida mexicana es tan sacrosanta que nadie, absolutamente, nadie puede jugar con ella: piensa, oh patria querida, que si un extraño enemigo osará profanar nuestros adorados tacos, le daremos guerra sin cuartel en las redes sociales.

Mucho se ha dicho que la base para una buena convivencia política es la tolerancia. Saber y aceptar que otras personas tienen otras ideas y otras maneras de interpretar el mundo. Lo mismo ocurre a nivel de relaciones internacionales. Cada quien tiene derecho de hacer lo que le plazca (siempre y cuando no afecte a los demás, Benito dixit).

Pero si no aceptamos la idea de pensar que quizá a alguien sí le gustan los chilaquiles aguados, sí le gustan los tacos de machitos aunque a otros se les hagan repulsivo, es un claro indicador de que la tolerancia es muy baja.

Tal vez suene un poco exagerado comparar tacos de barbacoa con plataformas políticas, pero creo que los pequeños detalles dicen mucho de la forma de ser y de pensar de una persona. Valdría la pena revisar como estamos en ese departamento.

Son épocas en que cualquiera puede poner su opinión en redes sociales y también son épocas en que cualquiera puede recriminar a otro por colocar su opinión en redes sociales. ¿Por qué nos cuesta tanto trabajo asumir que puede ser que otras personas no tengan la misma opinión que nosotros? ¿Personas a las qué les gusta ponerle piloncillo y canela a su café?

Sigo manteniendo la teoría que aún no hemos entendido la magnitud y la profundidad del cambio que han generado Internet en nuestra sociedad y que, por ello, seguimos cometiendo graves errores a la hora de interactuar con otras personas.

Yo tomo mi café como a mí se me da la gana y a veces como un pedazo de pizza con piña; a nadie le debe de importar; de la misma manera, todo mundo tiene su opinión y tiene todo el derecho a esta, aunque no sean del gusto de todos…

…y las recetas, no son dogmas de fe.

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