Pues nada, que ya se avecina la época de contiendas electorales. ¿Piensas votar? ¿Quieres cambios? ¿Vas a analizar las propuestas? ¿Harás propio y gritarás a voz en cuello un lema de campaña?
¡Arriba y adelante!
Siempre me han llamado la atención las frases con las que los candidatos –y los políticos en general- rubrican sus intervenciones oratorias.
Son imperativas, intimidantes, demandantes… ¡poderosas!, capaces de levantar al público de sus asientos (si los hay) o de arrancar el aplauso más febril (aunque creo que esto también es producto de la “asoelada” que hay que ponerse para escuchar al candidato en cuestión).
El discurso oratorio es grande y elocuente; de retórica exultante; en voz alta y tono autorizado; dicho con rostro impertérrito pero decidido; esgrime contra las ideas de la oposición; lleno de promesas e incitaciones a la acción; y manejado con una intrincada argumentación (reason to belive, dirían los mercadólogos) capaz de convencer al más incrédulo y, a la vez, de hacer de palidecer al contrincante en turno.
Y siempre al final (el cual es esperado con ansiedad) cuando la emoción está a tope y llega el clímax del discurso… ¡un glorioso lema de campaña rubrica la intervención del personaje en cuestión!
Puede significar una promesa de revolucionario cambio, un frase épica, una reflexión indubitable, una poderosa muestra de profundidad filosófica y política, una perla eximia de la rapidez mental y pensamiento complejo inmerso en la propuesta política, un brillante remate a un panegírico que retrata la recia personalidad del ciudadano candidato… y desgraciadamente, muchísimas veces, solo una y exquisita, estridente, tremebunda y sonora… pero vacua frase, que insulta a la inteligencia de manera rimbombante.
Hay rumbo y hay mando.
El lema de campaña (que no slogan, ya que un político que se respete jamás se autoconsiderará un producto… aunque Carlos Alazraki sostenga que hay que manejarlos de la misma manera en el plano de la metodología de la estrategia de comunicación) es la síntesis de la propuesta política. El summun del contenido filosófico. El resumen del plan de acción. El eslabón de congruencia entre lo que se promete y lo que se cumple. La fotografía ideológica del individuo en su personalidad de candidato… o sea, lo es todo.
Hay que votar para ganar.
Conseguir un buen lema de campaña, no es fácil. La mayoría suenan vacíos y pecan de repetitivos. El uso insufrible del modo infinitivo en los verbos es común (“..para que rime, jefe”). Y se parecen tanto unos a otros que resulta difícil enumerar ejemplos verdaderamente memorables.
El cambio verdadero está en tus manos.
Con las elecciones, se avecinan las campañas políticas, y la expectativa de escuchar cosas nuevas, promesas inteligentes, propuestas dignas y, por qué no desearlo, algún lema que quede para la historia (y que se mantenga en tu Top of Mind como el claim de una buena época para México.
¡HE DICHO!