No llevamos siquiera un mes del gobierno de Donald Trump en los Estados Unidos de América y una serie de países relacionados económica y migratoriamente con ese país de Norteamérica, han sufrido los estragos del narcisismo, el cálculo económico y el respaldo de un electorado que considera prioritario defender sus intereses a costa de lo que sea, incluso de los acuerdos del país y, además, de los derechos humanos.
El Trumpismo doblador
Las medidas del presidente estadounidense se caracterizan por un manejo del discurso bastante perverso que origina temblores políticos, económicos y sociales con el único ánimo de alimentar a la gleba que voto por él y que quiere ver “sangre” de quienes argumentan son los enemigos del Estado, principalmente, latinos, chinos y todo lo que tenga que ver con lo que asumen es una pérdida de empleos ocasionada por la “invasión” de nacionales de otros países.
Más allá de cualquier posición política y humanitaria, es importante saber qué son los aranceles y cómo funcionan en el marco de un país que tiene un acuerdo comercial. Para empezar, los acuerdos regionales suelen estar salpicados de preferencias no sólo en lo económico, sino también en lo migratorio y laboral para generar una auténtica comunidad, sin embargo, las desigualdades estructurales de los países generan reclamos a los pocos meses de la entrada en vigor de los tratados porque se asume que no todos aportan de la misma manera.
Hasta en las mejores familias
En la propia Unión Europea se han vivido desalientos aún cuando su relación comunitaria ha sido de las más longevas en el planeta. La salida de Reino Unido de esa comunidad es sólo un reflejo de los múltiples desencuentros de quienes consideran aportan más para subsidiar a los países con peores resultados económicos. El cuestionamiento a Grecia y España han permanecido latentes por países que los consideran naciones de segunda atendiendo a sus constantes crisis económicas.
Aún con ello, las decisiones se han tomado dentro del marco de los tratados y se han superado por la vía institucional, sin embargo, las amenazas entre países han generado subidas de precios y desconfianza migratoria sobre todo porque se acusa a países limítrofes con África de no hacer lo necesario para frenar la migración ilegal.
Eso nos suena conocido en nuestro contexto entendiendo que, si bien hay un Tratado de Libre Comercio, los elementos migratorios no forman parte de ese acuerdo, además que el malestar trumpista se centra, adicionalmente, en la falta de seriedad del gobierno mexicano en el combate al crimen organizado que alimenta de drogas a los estadounidenses, cuando, en realidad debe existir complicidad de ese país para que el producto llegue al consumidor final.
Aranceles castigadores
Pero volvamos al tema de los aranceles.
Los aranceles son simple y sencillamente un impuesto que se coloca a los productos que se importan en un país. Es decir, es una cuota que tiene que pagar el productor del país exportador al país receptor (o consumidor) para los efectos que considere pertinentes ese país en términos de su política económica.
Y digo que es para los efectos que considere porque los aranceles (impuestos a la importación) pueden imponerse en dos sentidos: meramente fiscal, es decir, con el único objetivo de obtener ingresos para la hacienda pública del país que recibe las mercancías; o con un afán de proteger el mercado interno, a los productores de su país, para que la mercancía que viene de fuera se encarezca frente al producto nacional y los consumidores prefieran el más barato.
Tratado de papel
Muchos se preguntarán si eso es posible en el marco de un Tratado de Libre Comercio, ya que el objetivo de estos es que las mercancías puedan transitar de un país a otro sin que haya aranceles que los encarezcan, es decir, como si fuera una región unida, como si los productos fueran propios y entonces hay un consumo generalizado con precios preferenciales.
En efecto, en el TMEC hay una cláusula, la 1.4 de dicho tratado, que se denomina trato arancelario preferencial, lo que implicaría un arancel más accesible para que el producto sea mejor comercializado en Estados Unidos de América o Canadá. La cosa está, por un lado, en que ese trato es para cierto tipo de mercancías que demuestren ser originarias del país, lo que, evidentemente, eliminaría todas las mercancías de procedencia china que lleguen aquí para después beneficiarse de ello en su traslado a nuestros vecinos del norte.
En efecto, ello deja todo un grupo de mercancías no sujetas al trato preferencial, por lo que si se imponen esos aranceles generalizados provocaría una violación al TMEC. Y esa violación jurídica que podría llevar a paneles arbitrales y hasta una victoria mexicana en tribunales, es nugatoria cuando al Presidente estadounidense no le importan las reglas, ni las leyes. Digamos que podría decir “no me vengan con que la ley es la ley”.
Desde luego, el desenlace se veía venir no sin antes sacudir los mercados y los tipos de cambio. El propósito era presionar para generar una actuación de sus pares de Canadá y México que, aún siendo magra y sin efectos sirva para alimentar el discurso de “los doble” y los electores radicales de aquel país lo celebren.
Y sí, el tema lo tocamos porque a todos nos importa que en 4 años habrá inflación, depreciación del peso mexicano y una actitud dócil generando que el crecimiento sea nulo. Al tiempo.