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Sísifo Tricolor

Creo que uno de los grandes problemas de este país es que, la gran mayoría de sus ciudadanos y ciudadanas, no tenemos memoria.

Salimos de fábrica con un disco duro tan pequeño que tenemos que estar continuamente eliminando información para así poder agregar la nueva para continuar con la vida y con sus actividades.

El tema político es uno de ellos. Parecemos olvidar de manera patológica la forma en que los diferentes políticos, de todos los partidos, nos han engañado para llevar votos a su causa y en cada proceso electoral siempre parecemos tragarnos las mismas promesas.

Olvidamos las trapacerías y las traiciones de una manera tan cándida que no dudan en burlarse de nosotros.

Pero quizá la peor manera con la que alguien juega con esa falta de memoria, es la que utilizan los directivos ‒más bien dueños‒ del futbol en este país.

Y es que, aunque los profesores de historia nos lo hayan dicho al principio de cada curso que tomamos a lo largo de nuestra vida académica, seguimos sin entender: el que no conoce la historia, está condenado a repetirla.

Para nosotros eso ocurre con cada mundial de futbol.

La primera crisis de cada ciclo se da durante el torneo de clasificación; por alguna razón aquellos equipos que tachan de “chicos” comienzan a atragantarse y las estrellas de la selección no suben al nivel que deberían de hacerlo. Con esto inicia una cadena de pequeños fracasos que ponen de nervios a todo mundo.

Un empate o una derrota ante lo que se suponía era un “flan” prende las alarmas y todo mundo comienza a cuestionar al técnico. Normalmente es el punto donde se acaba la luna de miel ya que dicho entrenador había sido contratado años antes, luego del fracaso previo, y era la gran esperanza para, ahora sí, hacer un buen mundial.

El técnico aguanta el acoso de los medios así como del público en general que exige remociones, cambios y el triunfal regreso de aquella leyenda que es buenísima y que siempre ha metido muchos goles (menos cuando fue al mundial).

El fantasma de la descalificación perdura prácticamente durante todo el proceso y sólo es liberado luego de que se alcanza la calificación de manera matemática, especulando con los resultados como si la confederación donde se desempeña nuestra selección fuese de alto nivel.

Al final la gente puede cantar aquello de “¡Nos vamos al mundial, nos vamos al mundial!”, una explosión de felicidad que borra todo el vía crucis sufrido, que revindica al entrenador y que hace incluso que la gente se apersone en el Ángel de la Independencia para celebrar el gran partido con el que se derrotó, en último minuto y por un solo gol, al poderoso cuadro de las Islas Federicas.

Los directivos y los patrocinadores, los principales interesados en llegar al mundial, respiran de nuevo con tranquilidad ya que para ellos ese es el objetivo del cuatrienio: mantener a la gente pegada a los televisores durante la participación de la selección.

Su desempeño, ya es otra cosa.

Luego de la peliaguda y mediocre clasificación viene un segundo período al que podríamos llamar “La gran inflación” en el que estos medios y patrocinadores comienzan a realizar todo tipo de campañas de promoción de jugadores, del equipo, así como del propio torneo. Comenzamos a ver más la cara de futbolistas que la de los héroes que nos dieron patria, ya que salen en todo tipo de anuncios y promociones.

Los programas y canales especializados hacen sesudos análisis del equipo y practican onanismo mental al especular con resultados y movimientos (propios y ajenos) en los que el equipo nacional podría “ora si” tener su mejor participación mundialista por los siglos de los siglos. Los jugadores son comparados con las grandes figuras del mundo mientras que por ahí alguien les pone apodos mesiánicos pero ridículos.

Marketing Mix Modeling (MMM) | Rodrigo Martin & Moisés Maislin & Hans Hatch

Llega el gran día y lo normal es que todo se estrene con una actuación poquito más allá de lo mediocre; con un poco de suerte se le gana a un equipo europeo consagrado, pero en decadencia, después se logra una actuación más o menos buena con un seleccionado del mismo nivel y finalmente un desfiguro, pero que de forma afortunada, no influye para el pase a la siguiente fase.

En este país el pase a la segunda ronda es una especie de meta filosófica. Prácticamente se ha logrado desde los noventa en cada participación, pero es también el momento en que la realidad nos da un brutal madrazo.

Pasó la etapa especulativa y los equipos salen a darse con todo y es ahí donde normalmente chocamos de frente con la cruel verdad. Aunque a veces se quieran culpar a jugadores contrarios, a árbitros, al clima, al público, a la comida, al color del estadio, lo que normalmente ocurre es que el equipo, que ha sido previamente inflado como balón, explota al alcanzar su propio Principio de Peter.

No dan para más…

…y luego de la borrachera, la cruda.

La gran mayoría de los fanáticos se sienten decepcionados; culpan a los jugadores y los cubren de los peores insultos. Culpan al entrenador y lo cubren de los peores insultos. Los acusan de no darlo todo en la cancha, de tomar malas decisiones, de no haber alineado a zutanito…

La lista de ultrajes suele ser enorme.

El único consenso es que tanto jugadores como entrenadores, por ser de “pecho frío”, permitieron que millones de personas sufrieran (otra) decepción. Nuevamente la noche para los aficionados.

Se procede a correr de la manera más vergonzosa al entrenador nacional y muchas voces aseguran que urge una reorganización del deporte (que nunca se hace) para, ahora sí dentro de cuatro años, ganar la copa. Se contrata a un nuevo entrenador de decadente fama mundial y se regresa de manera impune al primer párrafo de este texto.

¿Se fijaron quienes no sufrieron de reclamos ni de insultos?

Los que nos dijeron que ahora si teníamos equipo para ganar, quienes los pusieron hasta en promociones de ataúdes, quienes hablaron de ellos y los elevaron al máximo. Quienes lucraron e hicieron mucho dinero con todo este negocio llamado Selección Nacional.

Un ciclo que se repite cada cuatro años como una maldición. Sísifo empujando la roca todos los días, solo para ver como esta regresa cada noche a su lugar original, de manera inexorable.

Una verdadera pena ver como juegan con la esperanza de tanta gente.

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